Me acuerdo de la primera vez que fui consciente de estar
pensando. Era muy chica. Empezó a hacer calor y le pedí a mi mamá que arme la
pelopincho. Me dijo que el fin de semana podía ser, pero con la condición de
que cuide a mi hermano porque tenía 3 años y era peligroso que se metiera solo.
El sábado mi papá la armó. Era increíble que de una bolsa de lona con tubos
surgiera esa pileta. Después de lavarla, mi papá la dejó llenándose y me quedé
sola en el patio. Tenía tanto apuro por que se llenara que busqué mi balde de
playa. Con la manguera que llenaba la pileta llenaba mi baldecito y después
tiraba el agua a la vez que volvía a poner la manguera, entonces caía “más”
agua. En un momento me di cuenta de que era lo mismo, porque el tiempo en el
que la manguera llenaba el balde era tiempo en el que podría estar llenando la
pileta. O sea que el agua del balde no era “más” agua, era la misma. Corrí para
contarle a mi papá todo mi razonamiento. No estaba en la cocina ni con mi
hermano. Le pregunté a mi mamá y me dijo que ya se había ido. Además me retó
por correr mojada. Me puse a llorar y pensé que esas lágrimas podían llenar una
pileta entera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario